Federico, en carne viva se sustenta, fundamentalmente, sobre dos coordenadas: la predilección de Federico García Lorca por las comedias imposibles; y la postrera relación sentimental con Juan Ramírez de Lucas (el rubio de Albacete), de tan solo diecinueve años (menor de edad en aquel entonces), condicionando las intenciones del poeta de Fuente Vaqueros, que, a pesar de las muchas invitaciones recibidas para abandonar España, decide quedarse. Así lo comenta José Moreno Arenas en su artículo De la mano de Federico, mil días de viaje interior:

«Ambos hechos son decisivos en la vida de Federico, como bien quedan aclarados en las páginas de Federico, en carne viva. El primero, porque el teatro “bajo la arena” es una mirada catártica que el propio Federico hace a su interior; es la manera de gritar todo aquello que no puede confiar a sus paisanos, de vociferar las esencias de su yo en una ciudad “jano” cuyas calles provincianas lo agobian y encorsetan. El segundo, porque la apasionada, aunque breve, relación con Juan será determinante para el futuro inminente de Federico: su amor por el manchego acabará costándole la vida».

José Moreno Arenas no ha escogido al azar los personajes de Federico, en carne viva. Naturalmente, Lorca es el personaje sobre el que gravita este “drama inconcluso”. La réplica está a cargo de Margarita Xirgu, desconcertada tras la lectura de Así que pasen cinco años. Federico intentará convencerla de que «en estas comedias imposibles está mi verdadero propósito». El conflicto creado por el dramaturgo y la actriz tendrá continuidad con Bernarda Alba y Buster Keaton, “hijos de Federico” que abanderan ambas dramaturgias lorquianas. El rubio de Albacete es el personaje ausente, como Pepe el Romano en La casa de Bernarda Alba; y, como él, impregna hasta el último recoveco del drama.